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Fue el mejor contador de historias de amor de todos los tiempos, pero esas historias no se detenían solo en el romance y la pasión sino que estaban atravesadas por los acontecimientos políticos del momento. Los radioteatros y novelas de Alberto Migré, que sedujeron a todos los estratos sociales, hablaban de aborto, de guerrilla, de sexualidad, de feminismo y, claro, de amores contrariados. Incansable, pasaba entre 14 y 16 horas frente a su máquina de escribir que usó hasta el final porque aunque ya se habían inventado las computadoras, él seguía aferrado a su Remington y sus resmas de papel. Escribió más de 700 guiones y muchos de ellos están todavía en la memoria colectiva de los argentinos: Rolando Rivas taxista, Piel naranja, Pobre diabla, Pablo en nuestra piel. Todos los actores coinciden en decir que Migré era muy detallista y que no solo escribía los diálogos que debían recitar sus personajes sino también las emociones, el ambiente, las acciones, las marcaciones para los actores, la música. No dejaba nada librado al azar y no se podía cambiar ni una letra. Además, le gustaba escribir solo y lo hacía preferentemente de noche y después de ver el capítulo de su novela al aire como cualquier espectador. Recién en los últimos años tuvo colaboradores, entre ellos Víctor Agú y Liliana Benard.
Migré es un nombre que se inventó cuando empezó a escribir, por sugerencia de sus mentores. Se llamaba Felipe Alberto Milletari Miagro y nació en Buenos Aires el 12 de septiembre de 1931. Sus padres, inmigrantes italianos, se habían establecido en la provincia de Córdoba, pero pronto se mudaron a Buenos Aires, donde él creció rodeado de libros de historia y filosofía, una pasión de su madre, y con la gran influencia emprendedora de su padre.
Atraído desde pequeño por la radio, debutó como niño actor a mediados de los 40 y después hizo todas las tareas radiales hasta que alguien le preguntó si se animaba a escribir, cuando se enfermó uno de los libretistas y necesitaban que la historia continuara urgentemente. Y Migré se animó. Lo primero que hizo fue Teatro infantil Juancho, a fines de la década del 40, y después escribió la Revista Juvenil Argentina, Teatro Palmolive al aire. Cuando pasó a radio El mundo ya era reconocido entre sus colegas. Hizo Luz-cámara-acción, Un cielo para Lilián, La red de las arañas, y luego Hipocresía, protagonizado por Chela Ruiz; No quiero vivir más, Alguien para querer, Cuatro calles y el cielo, El hombre equivocado, Altanera Evangelina Garré, Permiso para imaginar, No quiero vivir así, 10 horas de amor y espanto, y tantas más. Con él trabajaron todos los primeros actores de ese momento: Hilda Bernard, Fernando Siro, Eduardo Rudy, Jorge Salcedo, Elcira Olivera Garcés y un joven Alfredo Alcón.
Llegó a la televisión en los años 60 y uno de sus primeros éxitos fue Silvia muere mañana y luego, Amelia no vendrá, Aquí a las seis, Casi un milagro de amor, Dos a quererse, Su comedia favorita, Lo mejor de nuestra vida nuestros hijos, La pulpera de Santa Lucía, Adorable profesor Aldao, Inconquistable Viviana Ortiguera, Nacido para odiarte. Pero el gran éxito llegó unos años después, en el 1972, con Rolando Rivas taxista, con Claudio García Satur y Soledad Silveyra (en la segunda temporada estuvo Nora Cárpena porque Silveyra decidió no hacerla). Todos los martes, el país se detenía por un ratito para ver esta apasionante historia de amor entre Rolando Rivas y Mónica Helguera Paz. “Los estudiantes de Sociología colgaban el póster de Soledad Silveyra al lado de la foto del Che. (Agustín) Lanusse cambió para los lunes su reunión de gabinete. El registro civil anotó más Rolandos y Mónicas que nunca, y solo a un extraterrestre o a un turista se les habría ocurrido buscar un taxi en Buenos Aires los martes a la noche (cuando se transmitía la telenovela) de 1972″, escribió la periodista Liliana Viola en la biografía Migré de 2017.
Sin embargo, no le fue fácil al autor realizar esta novela en la que tenía tanta fe; la ofreció en Canal 9, pero a Alejandro Romay le pareció una locura hacer una tira en un taxi y trabajó el personaje de Rolando con García Satur durante meses antes de que aceptaran la propuesta en Canal 13. En la segunda temporada tuvo que cambiar de heroína porque había rumores de romance entre los protagonistas: “Me fui para preservar mi matrimonio porque yo estaba muy enamorada de José María Jaramillo, mi marido. Por eso Alberto Migré no se enojó tanto y pensé que nunca más me iba a dirigir la palabra, pero me escribió Pobre diabla. Creo que de alguna manera manejó su ironía. Para mí fue muy importante esa novela porque era una jugada enorme. Me iba de Rolando a hacer un programa escrito para mí con Arnaldo André y no era fácil. Estaba con dos galanes que recién empezaban y fue una jugada que podía salir mal”, le confesó Solita tiempo atrás a LA NACIÓN.
Después escribió Mi hombre sin noche; Dos a quererse, con Claudio García Satur y Thelma Biral; Tu rebelde ternura, con Silveyra y Antonio Grimau; Piel naranja, con Arnaldo André y Marilina Ross; Los que estamos solos, Pablo en nuestra piel, con María del Carmen Valenzuela y Arturo Puig, y repitió esta pareja en Vos y yo toda la vida; Chau amor mío. Todos los actores querían trabajar con Migré, pero él tenía sus figuras fetiche. Hizo también Fabián 2 Mariana 0; Un hombre como vos; El hombre que amo, con Germán Krauss y Silvia Kutika; Cuando vuelvas a mí; La cuñada, con María del Carmen Valenzuela y Daniel Fanego; Ella contra mí, con Gustavo Garzón y Carolina Papaleo; Sin marido, con Patricia Palmer y Gustavo Garzón; Una voz en el teléfono, con Raúl Taibo y Carolina Papaleo, pareja que repitió en Esos que dicen amarse; Inconquistable corazón con Paola Krum y Pablo Rago; Leandro Leiva un soñador, con Miguel Ángel Sola y China Zorrilla; El Rafa, con Arturo Puig, Paola Krum y Gastón Pauls.
Piel Naranja fue una de las favoritas de Migré y generó mucha controversia. En una entrevista de radio contó muchos años después: “El personaje interpretado por Raúl Rossi, casado con Marilina Ross, estaba enfermo de celos por su romance con Arnaldo André. Yo no tenía escapatoria en ese momento porque estaba muy condenado por el clero, que decía que la novela era inmoral. Me propuse darle un final dramático: al no concretarse el amor, él mata a esos dos personajes y muere de un síncope. Había un conflicto muy serio en contra de la novela, se decía que era un llamado a la infidelidad cuando no era verdad. Pero yo ya tenía estipulado que iba a pasar eso. Lo que ocurrió en esa novela fueron varias cosas. Era una época de gran represión y al personaje de Rossi toda la gente joven lo vinculó al represor. Al que no dejaba vivir”.
Arnaldo André hizo grandes éxitos de la mano de Migré. “Aquellos que tuvimos la suerte divina de conocerlo y poder trabajar con él tenemos un hermoso recuerdo porque se ocupaba mucho de acercarse a los actores y actrices. No dejaba su parte humana en la Olivetti [risas]. Quería conocer a los actores y charlábamos mucho. Era muy generoso, y cuando era su cumpleaños íbamos todos juntos a comer a algún restaurante con la intención de invitarlo, pero él siempre se levantaba antes, sigiloso, y pagaba toda la cuenta. Estaba interesado en conocer sobre la vida de todos y preguntaba cómo estaba la familia. Yo lo invité a mi casa, conoció a mi mamá, a mi hermana que se llama María Nélida y él le decía Mariné y le puso ese nombre a uno de los personajes de una novela. Si sabía de nuestros cumpleaños, siempre había un regalo importante y era admirable cómo contagiaba las ganas de trabajar, se entregaba totalmente a lo que hacía y todos lo respetábamos muchísimo. Yo conocí a sus padres, también muy generosos, y él me contaba cómo era su rutina: se quedaba con ellos hasta última hora, veían televisión, los padres se iban, Alberto se hacía su jarra de café negro, iba a su escritorio, preparaba su máquina de escribir, fumaba un cigarrillo, se paseaba por el escritorio y en ese pasearse imaginaba cómo iniciaba el capítulo que iba a escribir esa noche. Porque él escribía de noche. Era atrapante todo lo que escribía, de mucha intriga. Era amante de los libros y siempre hacía mención de alguna autora. Fue un placer poder trabajar con ese genio”, le detalló a LA NACIÓN.
Antonio Grimau también trabajó con Migré. “Hice dos novelas con él. Una que protagonizaba García Satur y Thelma Biral y yo tenía un personaje muy lindo, un coprotagónico que me valió un protagónico después, con libros también de Alberto y en pareja con Solita, y se llamó Tu rebelde ternura. Alberto era tremendamente celoso de sus escritos, no había que titubear en sus grandes parlamentos, era muy profesional y con el tiempo llegó a hacer la puesta de sus programas porque no confiaba en nadie que no fuera el mismo. Era una persona de mucho carácter, cabrón por momentos, pero con justicia, no arbitrariamente. No lo atropellabas así nomás. Yo le debo muchísimo porque nos fue muy bien con sus novelas. Se manejaba mucho con escritos en sus libretos y en la columna izquierda podía llegar a decir cosas bastante duras, justas, pero a veces estaban en el terreno de lo personal. Por ejemplo: ‘mirá, que tenés el pelo muy largo, o mirá que en algunas escenas no se te escucha bien, eleva más la voz’ [risas]. Era un tipo de un gran respeto y hacia un trabajo titánico, casi dejando la vida”, le confió a LA NACIÓN.
María Valenzuela fue una de las preferidas de Migré, que le dio la gran oportunidad de un protagónico junto a Arturo Puig en Pablo en nuestra piel. “Éramos como padre e hija. Nos queríamos mucho y me daba consejos. Apostó por mí y le hizo frente a los directivos del Canal 13 que no me querían. Migré sabía contar historias y sus novelas tenían, sobre todo, alma”, le contó a LA NACIÓN.
Dorys Del Valle, que trabajó en varias oportunidades con Migré, le dijo a LA NACIÓN: “Iba mucho a su quinta y recuerdo que a mi hijo le encantaba un pan de naranja que él hacía, pero en el trabajo era muy rígido, escribía el diálogo de cada personaje y también la puesta, en detalle, los planos, todo. No se podía improvisar ni cambiar una coma siquiera. Tan clara la tenía que escribía sobre el stencil. Porque antes escribían a mano, corregían y después eso se pasaba al stencil, pero Migré no corregía”.
Nora Cárpena también debutó con Migré en Tu triste mentira de amor. “Así entré a la televisión. Nos hicimos amigos, aunque durante mucho tiempo nos tratábamos de ‘usted’. Él tenía un poder especial para meterse en las almas humanas. Hasta ese momento las novelas eran más de pareja protagónica y él incorporó otros personajes con historias propias”. Desde hace años, Cárpena interpreta obras de Migré en radioteatro leído.
Carolina Papaleo también fue una de las favoritas del autor: “Hicimos Una voz en el teléfono y fue una bisagra. Ya había hecho Ella contra mí con Gustavo Garzón, la remake de Rolando Rivas taxista. Y creo que ahí me vio Alberto Migré y quiso que hiciera la novela y yo me enamoré de él. De chica, veía todas sus novelas, pero una cosa es verlo del otro lado de la pantalla y otra muy distinta, hacer sus textos”, señaló la actriz a LA NACIÓN.
Durante la dictadura militar no la pasó bien. En ese entonces ATC ponía al aire Fabián 2 Mariana 0, pero el rating no ayudaba y Migré objetó el manejo militar en los destinos del canal público; el gobierno de turno no veía con buenos ojos que un programa de televisión mostrara a mujeres jugando al fútbol y fue censurado. En los 90, se vio obligado a parar y no porque quisiera, sino porque estaba en una lista rosa, según narra Liliana Viola en la biografía Migré. De un día para el otro, dejaron de convocarlo sin explicaciones y durante un par de años escribió con seudónimo, gracias a la ayuda de algunos colegas. Cuando recibió el Martín Fierro a la Trayectoria, en el 1997, y fue ovacionado de pie, Migré dijo: “Este premio me recompone el alma, que viene bastante maltratada”.
Víctor Agú, uno de sus colaboradores y amigo, contó alguna vez: “Cuando escribíamos los unitarios de radio nos sentábamos los miércoles a la mañana a contarnos brevemente qué íbamos a escribir, y arrancábamos sin escaletas porque no había tiempo para armar estructuras; había que sacar el capítulo. La jornada terminaba a la medianoche. Y volvíamos el jueves a la mañana y trabajábamos sin dormir hasta el viernes a la tarde. Generalmente a la tarde teníamos el capítulo terminado. Y cuando escribíamos novela diaria para televisión, nos juntábamos todos los días, un promedio de 12 horas para escribir media hora”.
Migré murió el 10 de marzo de 2006, a los 74 años, mientras dormía con la tele encendida.
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