En 1945, la derrota del Eje, primero en Europa y luego en Japón, liberó fuerzas para que los pueblos del mundo se levanten contra los gobiernos burgueses en la inmediata posguerra. Pero el imperialismo yanqui en conjunto a la burocracia soviética logró imponer un orden mundial que luego se quebró tras la caída del Muro de Berlín y hoy vuelve a tambalear con el debilitamiento de la hegemonía estadounidense, reviviendo en el presente algunos debates ya planteados hace 80 años.
La barbarie capitalista mostró su peor cara con los enfrentamientos desatados en la Segunda Guerra Mundial. Los niveles destructivos de la “Gran Guerra” (como fue llamada la Primera Guerra Mundial) quedaron opacados. El capitalismo dejó en claro el salto en su capacidad destructiva, abandonando definitivamente la promesa de “progreso” ante los ojos de los pueblos europeos y del mundo. La diplomacia se mostró insuficiente para dirimir las disputas de los países en conflicto, lo que condujo a una crisis de los organismos internacionales. En 1933 la Alemania nazi se retiró de las Naciones Unidas y a fines de 1937 lo hizo la Italia de Mussolini.
La situación apocalíptica desatada en el mundo fue consecuencias de las disputas interimperialistas irresueltas en la Primera Guerra, pero en esta ocasión con uno de los bandos ocupado por el nazi-fascismo que se proponía liquidar la experiencia revolucionaria en la Rusia soviética y eliminar las libertades democráticas conquistadas por la clase obrera europea. Trotsky en “La lucha contra el fascismo: el proletariado y la revolución” (1933) ya alertaba sobre los objetivos militares del nazismo asegurando que “si Hitler toma el poder una guerra contra la Unión Soviética”.
La definitiva derrota del Eje significó el comienzo de una reconstrucción del orden mundial que se había quebrado a principios de siglo. Sin embargo, las tensiones entre potencias permanecieron con nuevos protagonismos. Por un lado, la hegemonía de Reino Unido fue finalmente desplazada por Estados Unidos en el mundo capitalista. La potencia americana demostró su superioridad técnica y militar con las bombas atómicas que provocaron la rendición de Japón, pero en lo económico también su dominio fue categórico: su PBI representaba el 50% del total mundial, poseía el 80% de las reservas mundiales de oro, producía la mitad de las manufacturas mundiales y su moneda se constituyó como el pilar central del sistema monetario y comercial internacional a partir de Bretton Woods.
Por otro lado, la Unión Soviética aumentó su prestigio al derrotar al nazismo y desde allí ensayaría una nueva división del mundo como otrora había intentado con la Alemania nazi en el pacto Molotov-Ribbentrop pero ahora compartiendo el control con Estados Unidos y Europa en los acuerdos de Yalta y Potsdam, acuerdo que apuntó principalmente a detener el ascenso en la movilización que sacudía al mundo de posguerra.
Entre guerras y revoluciones
La finalización de la guerra en 1945 marcó el inicio de la etapa más revolucionaria de la historia. Así como la Primera Guerra Mundial fue el escenario para el desarrollo de la revolución bolchevique de 1917, la posguerra impulsó a los distintos movimientos de trabajadores y campesinos en todo el mundo a tomar las armas, esta vez en contra de sus propios gobiernos.
Mientras las elites europeas eran cuestionadas por su colaboracionismo con el nazismo, la perspectiva socialista ganaba más popularidad por el papel protagónico de la izquierda en la resistencia. Sin embargo, la influencia del stalinismo jugó en contra de la radicalización revolucionaria. En su lugar, los Partidos Comunistas apostaron por la democracia liberal como salida.
Del mismo modo, en el “tercer mundo” el proceso de descolonización terminó con los antiguos imperios coloniales, resistiendo nuevas ocupaciones. A pesar de la gran ausencia del proletariado al frente de muchas de estas revoluciones, la movilización de las masas impuso a las distintas burocracias una agenda socialista, logrando expropiaciones y toda una serie de conquistas históricas para los pueblos. Nuevamente, la falta de una dirección revolucionaria que integre y fortalezca las distintas experiencias terminó por estancar el desarrollo de la revolución mundial, permitiendo al capitalismo cobrar aire en las décadas posteriores.
¿Un presente que repite el pasado?
En la actualidad, 80 años después de la guerra, el orden de posguerra muestra evidentes señales de agotamiento. Las tensiones en la Unión Europea, el ascenso de China y la agudización de los conflictos militares son claros síntomas de un modelo en declive. En el mismo sentido, las primeras maniobras geopolíticas de Trump demuestran la voluntad de un sector de la burguesía occidental por desplazar a Europa y apuntar todos los cañones en contra de China.
Otro punto central que conecta nuestros tiempos con los de la 2GM es que la ultraderecha de nuevo logra influir en franja de masas y apoyados en su popularidad conquista puestos de poder en países centrales. La burguesía tecnológica ahora también apuesta por la nueva derecha y les otorga no solamente el respaldo económico sino también político, aunque no sin tensiones al interior.
La maquinaria bélica del capitalismo presenta una actividad sólo comparable a la de 1945. Con la invasión de Rusia a Ucrania volvimos a ver guerras en Europa, en medio oriente Israel profundiza su rol de gendarme reforzando su aparato militar genocida y el más reciente conflicto entre India y Pakistán revive el temor de una guerra nuclear que desde Hiroshima y Nagasaki asechan al mundo, hoy acrecentado por el desarrollo y control de armas nucleares en más países que en aquel entonces.
La gran ausencia en nuestros tiempos es la del estalinismo y su aparato contrarrevolucionario. Los nuevos procesos de movilización social ya no son custodiados por el gendarme internacional en el que degeneró la URSS, pero las distintas burocracias reformistas, tanto políticas como sindicales y religiosas, siguen actuando en todos los países.
Socialismo o barbarie
La SGM finalizó, pero el caos capitalista permanece. Aunque las décadas pasaron está claro que las crisis recurrentes del capitalismo nos conducen a renovados escenarios de catástrofe, donde unos pocos se salvan (y lucran) mientras las mayorías agonizan en las guerras y la miseria. Fenómenos como el nazi-fascismo resuenan en la actualidad porque la xenofobia, el machismo y el anti-comunismo encontró una nueva síntesis representada por las ultraderechas, ya extendida por todos los continentes. La violencia de sus discursos aún no logra traducirse en la movilización armada de sus bases (no de manera generalizada) pero en todos los casos han esbozado diferentes intentos. Aunque ya gobiernan distintos países, la ventaja en las calles la llevamos los movimientos de trabajadores y jóvenes que salimos a las calles por nuestros derechos, en defensa de Palestina y en contra del fascismo.
Todas las variantes nostálgicas del estado de bienestar son impotentes para resolver la encrucijada en la que nos encontramos, por su limitada visión de compromiso reformista con un sector de la burguesía supuestamente “progresiva” para salvar a la democracia liberal de su profunda crisis. Sólo con un programa transicional de ruptura con los intereses de las burguesías y de independencia de todos los imperialismos se puede poner un freno a la nueva carrera armamentista.
Para detener el avance de la ultraderecha, defender las libertades democráticas y los derechos conquistados hay que levantar la bandera del socialismo con una alternativa política que agrupe a los millones de activistas que luchamos contra el capitalismo en el mundo.
Por Manuel Velasco