Podemos decir que hoy, hace 50 años, se jodió la (macroeconomía) argentina. El Rodrigazo marcó un punto de inflexión de un largo decenio (1963/1974) donde la economía había crecido sistemáticamente: 75% acumulado en doce años en un ambiente de inflación “media” de dos dígitos anuales pero “estable” alrededor del 30% anual con algún pico en 64%.
El Rodrigazo terminó con la ilusión de una inflación artificialmente cero de bienes que no se conseguían en los supermercados. Abrió las puertas a la inestabilidad macro con cinco meses seguidos (junio/octubre de 1975) con inflación acumulada de 150% anual. Se destruyó y redistribuyó riqueza como pocas veces antes.
Como casi siempre, se mezclaron condimentos políticos con económicos. El (nunca enjuiciado) terrorismo de Estado de la triple A ejercía violencia contra el terrorismo guerrillero apoyado por Estados extranjeros y parte de la sociedad política. En la economía, déficit fiscal, atraso cambiario y excesos monetarios constituían un combo para que algún día se destapara la olla. Hubo consecuencias políticas y económicas. Todo lo que vino después estuvo influido por este evento disruptor.
Macroeconómicamente, los 50 años posteriores al Rodrigazo pueden dividirse en seis etapas:
i) la primera etapa abarcó desde 1975 hasta 1988, con un común denominador: la tasa de inflación se mantuvo en tres dígitos anuales durante 12 de los catorce años, casi siempre al ciento y pico por ciento, a veces bordeando 400% y un año en 688%. Fue una súper inflación crónica que estancó el PBI y deterioró los ingresos de la población en 25%.
ii) al final (y sólo al final) el largo deterioro desembocó en lo peor que una sociedad puede sufrir en tiempos de paz: una hiperinflación, en dos pasos (febrero/julio de 1989 y enero/marzo de 1990); en variaciones anuales el IPC subió 4900% y otro 1340% en 1989 y 1990. Se destruyó el peso como reserva de valor, los argentinos buscaron refugio financiero en el dólar y en el exterior. El colapso económico fue evidente.
iii) el régimen de convertibilidad fue el remedio apropiado para desterrar la híper. La Argentina vivió ocho años de estabilidad (1991/98) y crecimiento económico, donde el producto bruto per cápita recuperó lo perdido y se ubicó 7% por encima del anterior máximo de 1980. Se superó una crisis bancaria en 1995. La modernización y los dólares que generó el plan de privatizaciones fue el motor principal de este período de normalización más el aporte de Brasil post plan Real y los primeros frutos de la modernización agrícola que empezaba a incubarse.
iv) el régimen de convertibilidad y bimonetariedad apropiado para desterrar la híper no pudo y no supo enfrentar el nuevo período internacional de super dólar, debilidad del real y otras monedas y bajos precios de las materias primas. La deflación terminaba siendo un remedio tan doloroso como la propia inflación. La depresión económica 1999/2002 terminó en otro colapso macro, no hiperinflacionario sino megadesempleo, default, crisis bancaria y desesperanza. El régimen monetario/cambiario, inadecuado para el nuevo contexto internacional, fue mucho más responsable del colapso que la situación fiscal (crítica usual de la ortodoxia) y que el “neoliberalismo” (crítica usual de la heterodoxia). La deuda en dólares se hizo infinanciable y el sistema bancario dolarizado no pudo soportar una corrida de depósitos. El PBI per cápita perdió casi todo lo que había ganado en la etapa anterior, ubicándose en un nivel apenas 10% superior al mínimo de 1989.
v) el destape de la olla 2002/03 fue desprolijo y errático pero finalmente logró estabilizar e iniciar un nuevo período de crecimiento económico, el segundo en 50 años (y el tercero en 60). Basado en una explicación que en la Argentina de la grieta no dejaba contento a nadie, vino un decenio 2003/2011 donde el PBI per cápita recuperó y logró nuevos máximos, bastante superiores al pico previo de 1998. Decíamos entonces, es consecuencia de herencia, mérito y suerte en partes iguales. Herencia porque, a pesar del colapso macro, la economía argentina post 90 estaba bien organizada, privatizada y desregulada (el nuevo oficialismo no aceptaba esto y lamentablemente cambió no solo la macro, sino también las reglas de juego); mérito porque el nuevo modelo acertó en el combo macro de superávit fiscal, tipo de cambio competitivo y relativa estabilidad monetaria con cambio de precios relativos; y suerte porque recibió sucesivamente la mayor revolución tecnológica en el agro primero (aumento de cosecha) y los precios internacionales más altos después, que financiaron un salto exportador pocas veces visto.
Se navegó bien la crisis internacional de 2009 pero se desperdiciaron los últimos dos años de bonanza. La suma de desorden macro (déficit fiscal, inflación, fuga de capitales) más el retroceso estructural (asalto al BCRA, contra reforma previsional, estatización de YPF, exceso de controles) hicieron que 2011 fuera el último año de buenos resultados económicos.
vi) se inició la sexta etapa de este cincuentenario post rodrigazo. El modelo inflacionario no colapsó sino que vía control de cambios, evaporación de reservas, plancitos transitorios, endeudamiento externo y algo más transitó estos largos años 2012/2025 en estancamiento económico e inflación “administrada”: crisis y retroceso sin colapso. El PBI per cápita es aún 14% inferior al pico previo de 2011, una caída relevante dado el deterioro acumulado de los indicadores sociales aunque menos profundo que en las dos veces en que la macro colapsó. La tasa de inflación jugueteó al veintipico anual varios años, subió un escalón al 50 y pico desde 2018, al 100 y creciente con la administración anterior. La nueva administración blanqueó los desastres de precios relativos heredados e instrumentó un shock inflacionario controlado que hizo que el IPC de 2023 diera 211% (los cuatro meses diciembre/marzo fueron un “mini Rodrigazo”) pero, a diferencia de 1975, la macro se controló y nos encuentra en 2025 (como en los años 60 y entre 2007/2013) al veintipico por ciento de inflación anual, sin reservas y una recuperación heterogénea
La Argentina circular está cerrando un período donde algunos avances pero muchos retrocesos transformaron un país de esperanza y oportunidades en uno decadente y desesperanzado. El desafío futuro es que 2026 inaugure un tercer período de estabilidad y crecimiento, punto de partida para reformas y gestiones que derramen hacia más integrantes de la sociedad. El déficit fiscal cero es un inexorable punto de partida. Hace falta más. Los dos procesos anteriores lograron sanear al BCRA con reservas verdaderas (no prestadas), US$30.000 millones en 1998 y US$50.000 millones en 2011. Eso hoy falta. Habrá que reacceder a los mercados de capitales, remonetizar el sistema financiero, convencer a las familias que ahorren e inviertan en el país, alargar los horizontes de decisión. Es una maratón de largo aliento: el verdadero éxito del presidente Milei será que, como en Chile o Uruguay algún día asuman presidentes de otras orientaciones políticas y, resultados mediante, sus incentivos sean mantener la mayoría de las reformas implementadas, introduciendo cambios menores de acuerdo a las circunstancias. Aprendamos de estos 50 años para no repetir errores.
El autor es economista de MacroView S.A