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miércoles, 16 abril, 2025

El dilema CFK: entre la cárcel y las elecciones

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Cristina Kirchner camina por un borde delgado. No es solo el límite entre su libertad y una prisión domiciliaria. Es el filo entre la retirada definitiva y el último intento de conservar el poder. Un territorio donde la política se contamina con causas judiciales, y las decisiones electorales se cruzan con la posibilidad concreta de terminar tras las rejas. En 2025, la ex presidenta sigue siendo el principal nombre del peronismo, pero con la diferencia de que lo que antes era un factor ordenador, hoy es el principal obstáculo frente a la renovación.

Justicia. La causa Vialidad es el ancla que Cristina no logra cortar. Condenada a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, su equipo legal presentó un recurso de queja ante la Corte Suprema. El recurso podría dormir años en un cajón del Palacio de Tribunales o resolverse de manera fulminante si los jueces quieren. La posibilidad de que se confirme la condena está latente. Si eso ocurre, Cristina podría recibir una pena de prisión domiciliaria por su edad, con tobillera electrónica incluida. Un golpe demoledor para su figura pública, pero no necesariamente para su base política.

Carlos Beraldi, su abogado, repitió ante cada micrófono que pudo que el proceso fue una parodia jurídica. Enumeró fallas procesales, peritajes ausentes, vínculos promiscuos entre fiscales y jueces, y la polémica designación en comisión del juez de la Corte Manuel García Mansilla por decreto presidencial. En el peronismo ven algo más: una condena que no solo busca castigo, sino también proscripción. Porque si la Corte rechaza su recurso, quedaría firme la resolución anterior que la condena y de esa manera Cristina quedaría de inmediato inhabilitada para presentarse a cualquier cargo. Salvo que lo haga antes del 17 de agosto: con solo inscribirse como candidata, obtendría fueros.

Mientras el fallo no llega, Cristina juega a la espera. Pero también juega a otra cosa: la amenaza sorda de volver.
CABA. En algunos sectores del kirchnerismo circula desde el año pasado una jugada arreisgada: que Cristina Kirchner se postule como senadora por la Ciudad de Buenos Aires. Ahora, esa opción quedó atada al desempeño que pueda tener Leandro Santoro en las elecciones porteñas. Si logra una buena performance, Cristina podría intentar conseguir una banca en un distrito que siempre le fue esquivo, pero que, frente a la división del PRO y los libertarios,le abre una ventana de oportunidad para ingresar al Senado. La senaduría le permitiría no solo obtener fueros, sino también asumir un rol activo en la oposición parlamentaria al gobierno de Javier Milei. Sería una forma de reinsertarse en la escena nacional sin depender del armado bonaerense, y al mismo tiempo, una carta de presión para todo el peronismo.

Provincia. En las últimas semanas, la otra hipótesis de laboratorio que se conversó es la posibilidad de postularse como diputada provincial por la Tercera Sección Electoral. No por nostalgia legislativa, sino porque la movida tendría un doble sentido: mostrar que sigue activa en el conurbano profundo y, de paso, marcarle la cancha a Axel Kicillof.

La Tercera es bastión K. Allí, Cristina conserva su núcleo duro. Si Kicillof decide desdoblar las elecciones provinciales de las nacionales, como analiza, la candidatura de CFK sería una forma de anclar el aparato. Y también, de presionarlo para que no se despegue demasiado.

En ese juego de ajedrez, Cristina no busca un jaque mate. Quiere un empate con sabor a amenaza. Recordarle al gobernador que ella sigue siendo la jefa.

Kicillof desde hace tiempo construye su poder al margen de la ex presidenta. Ya cosechó el apoyo de 42 intendentes, armó un mapa propio de gestión y sumó nombres que no responden a La Cámpora. No dice que es el heredero, pero se mueve como tal. Esa postura es la que más le molesta a Cristina.

Interna. Cristina y Axel no tienen diferencias ideológicas de fondo. Comparten el manual de uso K: Estado presente, justicia social, industria nacional. Lo que no comparten es el bastón de mariscal. En los pasillos del PJ nadie quiere decirlo en voz alta, pero lo piensan todos: CFK ya no ordena. Y Axel todavía no puede. La discusión no es «qué país queremos», sino «quién manda acá».

Y mientras la interna se cocina a fuego lento, la sociedad está en otra frecuencia. Un focus group reciente de la consultora Analía del Franco lo dejó claro: los votantes sub 40 de Massa y Milei comparten un sentido común que descoloca al PJ. Valoran la democracia, pero no la asocian con bienestar. Quieren libertad, pero sin asistencialismo. Rechazan los planes porque los ven “como premio a la vagancia”. Piden seguridad como parte de la justicia social. Son post-peronistas sin saberlo. Y el peronismo tradicional no los entiende.

Centralidad. Aunque no hable, Cristina está en el centro del ring. Los medios la nombran, la exhiben, la discuten. Desde C5N hasta LN+, su figura genera rating, clics y bronca. La estrategia mediática parece clara: devolverla al escenario para agitar la polarización. Porque Cristina es un comodín. Sirve como amenaza o como escudo.

Incluso el gobierno de Milei la usa para tapar tormentas. Cuando sube el dólar o el FMI retrasa desembolsos, aparece Cristina. El viejo truco del pan y circo: los precios por las nubes, pero se conversa sobre la ex presidenta. Al menos así lo perciben en el Instituto Patria. Milei lo resumió sin filtro: «Cristina va presa». No importa si es legal, justo o constitucional. Importa el efecto.

La causa Vialidad excede a Cristina. Es una postal de época: una democracia que judicializa la política y un sistema judicial colonizado por operaciones cruzadas. Si la Corte confirma la condena, no solo cae una dirigente. Cae un paradigma. El propio Beraldi ya anticipó que irán a tribunales internacionales. Y si consiguen un fallo favorable, la condena podría revisarse a nivel nacional. Es una carrera contra el calendario electoral. Porque todo está atravesado por la urgencia del 2025. Cristina puede ser candidata, presa y las dos cosas al mismo tiempo.

El peronismo camina en círculos. Debate nombres, no ideas. Y se atrinchera en una interna entre una líder que se resiste a soltar y un gobernador que no se anima a liderar.

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